El hospital del futuro no saldrá de casa
Uno de los problemas a los que se enfrentan los servicios sanitarios públicos universales de todo el mundo es el de la saturación de los centros de asistencia. Hospitales, servicios de atención primaria y de urgencia ven como su personal, sus equipos y sus espacios quedan sometidos a una presión constante en la que la demanda supera de largo a los medios disponibles. La sanidad española es un paradigma de ese escenario. No faltan ideas para reducir esa presión, algunas realmente creativas.
Una de ellas se orienta a conseguir que el paciente ni siquiera llegue a pisar un centro sanitario o sólo lo haga cuando no haya otra alternativa. Una estrategia de asistencia sanitaria que pasa por el aprovechamiento de las nuevas tecnologías y por convertir el hogar del paciente en una extensión hospitalaria remota. Todo, dentro de acciones coordinadas de prevención ultrapersonalizadas que buscan, de paso, un mejor control de la salud pública. Es el principio de la deslocalización de los sistemas de asistencia hospitalaria.
¿Vigilar la salud en casa?, ¿dónde, con qué medios?. Pues con objetos y utensilios que ya existen y que forman parte de nuestra cotidianeidad doméstica. Hagamos un recorrido por las habitaciones de una casa y veamos ese potencial de ayudas médicas con los que, también de paso, frenar las visitas a los centros sanitarios:
El cuarto de baño
Un dispositivo instalado en el baño de casa podría medir el porcentaje de grasa corporal y sus incrementos poco saludables. Un teléfono inteligente permitiría trasladar la información recogida a una base de datos de control del sistema sanitario. Aun más, el espejo del baño podría medir los niveles de estrés, el pulso o el estado de ánimo de cada miembro de la familia sólo con mirar al cristal. Las básculas de los baños enviarían mensajes sobre las variaciones de nuestro peso. Un cepillo de dientes inteligente analizaría el estado de la boca y el nivel de hidratación del organismo. El inodoro estaría adaptado para hacer análisis de orina. Incluso sólo con entrar en la ducha, un dispositivo inteligente sería capaz de adaptar las temperaturas de la casa para adecuarla a las necesidades cardiovasculares en cada momento.
El dormitorio
La zona principal de descanso de la casa podría monitorizar nuestro sueño y su calidad, incluso podría despertar a cada miembro de la familia a la hora más adecuada para asegurar que su tiempo de descanso ha sido reparador. Se trataría de despertares suaves con músicas y luces con colores activados de manera gradual. Otro sistema inteligente leería el pulso, su variabilidad durante toda la noche, la de la respiración y la cantidad de oxigeno asimilado, con la finalidad de prevenir apneas o para dar cuenta de ellas a los servicios sanitarios también de manera remota.
La cocina
La cocina, por su parte, podría tener cucharas y tenedores que nos ayuden a comer al ritmo que nos conviene para mantener una buena salud digestiva. Para las personas con el mal de Parkinson esos mismos utensilios de cocina se convertirían en herramientas más eficientes para una alimentación mucho más normalizada.
Unos escáneres podrían medir las toxinas presentes en los alimentos, las proporciones de los ingredientes, la presencia de alérgenos y diferentes aplicaciones de móvil nos ayudarían a controlar la dieta. Las impresoras 3D para alimentos crearían platos perfectos con la proporción de nutrientes más convenientes para cada persona.
Por último, el área de trabajo en casa, el despacho o la oficina, dispondrían de mobiliario ergonómico adaptado para ofrecer posturas saludables y para optimizar el rendimiento laboral. Otros sistemas de medición del estrés y de signos vitales básicos ofrecerían ventajas para la prevención de la salud.
¿Ciencia ficción?. En absoluto, mucha de los medios y de las tecnologías descritas ya están en nuestro día a día, lo único que falta es integrar toda esa aparatología y centralizar la información para dar respuestas viables a las necesidades de unos sistemas sanitarios cuyo futuro pasa por la deslocalización.